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jueves, 30 de junio de 2016

Trato hecho

Cuando Brooks entró en la celda, el otro ya estaba allí. Sentado al fondo en el jergón cabeceaba hacia delante y hacia atrás, maldiciendo y murmurando algo que solo él entendía o quería entender, ignorándole por completo. Los guardias habían registrado a Brooks de arriba abajo y le habían ordenado que se quitase la corbata y los cordones, ‘más vale prevenir’, le habían dicho, ‘nunca se sabe’. Menos mal que Matteotti era un abogado competente y conocía bien al alcaide y estaba al tanto de sus caprichos. Solo de ese modo había conseguido que al menos le dejaran conservar el traje, la pitillera y lo puesto, que hicieran la vista gorda. Brooks colgó su chaqueta sobre la litera vacía y se desabotonó parte de la camisa. Hacía calor allí dentro. La puerta de la celda se cerró a su espalda con un golpe seco, dejándoles por primera vez a solas. Su compañero de celda seguía sin levantar la cabeza, muy amistoso no parece, se dijo Brooks. Así que se olvidó de él y apoyó la bolsa en la cama y se dedicó unos segundos a observar la celda. No era tan fea como se la habían descrito o como él mismo la había imaginado. Una cama a cada lado, un lavabo de aluminio al centro y a dos metros del suelo, casi inalcanzable, una ventanita embarrotada que proyectaba un rectángulo de luz exterior. Brooks dudó un instante. Luego se levantó hacia el recluso con la mano tendida, ‘me llamo John Brooks’, le dijo, ‘me parece que estaremos una temporadita juntos’. No quiso ser gracioso ni familiar, tampoco parecerlo. El otro apenas si separó la vista unos centímetros de su antebrazo para mirarle de soslayo, con ese desinterés con que los veteranos desprecian a los recién llegados, a los que todavía no saben. Menos mal, pensó Brooks, menos mal que solo serán dos meses, tres como mucho. Matteotti era un abogado lento pero honesto y competente y la recusación llevaba sus trámites, sus papeleos, su tiempo, le había dicho. Cuando la tarde anterior el juez leyó la sentencia y él escuchó su nombre y la condena lenta, muy lentamente, en los labios del magistrado, Matteotti le susurró al oído, ‘no se preocupe, es normal, cuando la gente se cabrea y hay periodistas pasan estas cosas, un escarmiento, una fianza y listo, saldrá sin problemas en unas semanas, casi mucho mejor así’. A pesar de ello, cuando salieron de la sala, Brooks se enfadó mucho con su abogado y aunque Sonia estaba delante, le insultó y le llamó pusilánime, ‘cómo es posible’, le preguntó, ‘cómo es posible después de todo el dinero que te he aflojado, mírame a la cara, Matteotti, mírame, eres un jodido pusilánime’. En el fondo, Brooks solo necesitaba desahogarse y Matteotti lo supo de inmediato, al fin y al cabo, era una reacción normal, ‘tranquilícese’, le dijo, ‘solo serán tres meses y la ley es la ley’.

Ignacio Ferrando

martes, 28 de junio de 2016

El jardín solariego

Las fuentes están secas y las rosas terminaron.
Incienso de muerte. Tu día se acerca.
Las peras engordan como pequeños budas.
Una bruma azul está removiendo el lago.

Vos te movés a través de la era de los peces,
Las centurias arrogantes del cerdo—
Cabeza, dedo del pie, dedo de la mano
Aclaran las sombras. La historia

Nutre estos sones rotos de flauta,
Estas coronas de acantos,
Y el cuervo acomoda sus ropas.
Vos heredas el brezo blanco, el ala de una abeja,

Dos suicidas, los lobos familiares,
Horas de vaciedad. Algunas estrellas duras
Ya ponen amarillos los cielos.
La araña en su propia cuerda

Cruza el lago. Los gusanos
abandonan sus habitaciones usuales.
Los pájaros pequeños convergen, convergen
Con sus dones a un parto dificultoso.

Sylvia Plath

lunes, 27 de junio de 2016

Primer amor

Los invitados ya se habían ido. El reloj dio las doce y media.Sólo quedaban el anfitrión, Serguey Nicolayevich y VIadimir Petrovich.

El anfitrión tocó la campanilla y ordenó retirar lo que quedaba de la cena.

Entonces, está decidido- dijo, sentándose cómodamente en la butaca y encendiendo su cigarrillo-.Cada uno tiene que contar la historia de suprimer amor. Le toca a usted, Serguey Nicolayevich.

Serguey Nicolayevich, rechoncho, de pelo castaño, cara fofa y redonda, miró a su anfitrión y luego levantó la vista hacia el techo.

No tuve un primer amor. Empecé directamente con el segundo.

¿Y cómo fue eso?

Muy fácil. Tenía dieciocho años cuando por primera vez empecé a cortejar a una señorita encantadora. Pero lo hacía como si no fuese una novedad para mí. Así cortejé después a todas las demás. A decir verdad, a los seis años me enamoré por primera y última vez, precisamente de mi niñera. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Los detalles de nuestra relación se han borrado de mi memoria. Y aunque me acordase, ¿a quién podría interesarle?

Entonces, ¿qué hacemos?dijo el anfitrión. En mi primer amor tampoco hay nada extraordinario. Antes de conocer a Ana Ivanovna, mi mujer, no estuve enamorado. Todo marchó a mil maravillas. Nuestros padres concertaron la boda, inmediatamente iniciamos el noviazgo y nos casamos sin dilación. Mi historia se cuenta en dos palabras. Yo, señores, tengo que confesar que, cuando propuse el tema del primer amor, lo hice pensando en ustedes, hombres no diría viejos, pero tampoco jóvenes solteros. Bueno, usted, VIadimir Petrovich, ¿no podría amenizar un poco la velada?

Mi primer amor, en efecto, fue poco corriente contestó después de una pausa Vladimir Petrovich, hombre de unos cuarenta años, de pelo negro, ya canoso.

¡Ah!- exclamaron simultáneamente el anfitrión y Serguey Nicolayevich. Mucho mejor. Cuéntenoslo.

Bien... O mejor dicho, no voy a contarlo. No soy un buen narrador. Cuando narro, o soy lacónico y seco, o prolijo y amanerado. Si me permiten, voy a apuntar todos mis recuerdos en un cuaderno y luego se los leo.

Ivan Turgueniev 

viernes, 24 de junio de 2016

Todo pasa por algo

“Que llegue quien tenga que llegar, que se vaya quien se tenga que ir, que duela lo que tenga que doler… que pase lo que tenga que pasar.

Mario Benedetti

jueves, 23 de junio de 2016

El Capote

En el departamento ministerial de **F; pero creo que será preferible no nombrarlo, porque no hay gente más susceptible que los empleados de esta clase de departamentos, los oficiales, los cancilleres..., en una palabra: todos los funcionarios que componen la burocracia. Y ahora, dicho esto, muy bien pudiera suceder que cualquier ciudadano honorable se sintiera ofendido al suponer que en su persona se hacía una afrenta a toda la sociedad de que forma parte. Se dice que hace poco un capitán de Policía—no recuerdo en qué ciudad—presentó un informe, en el que manifestaba claramente que se burlaban los decretos imperiales y que incluso el honorable título de capitán de Policía se llegaba a pronunciar con desprecio. Y en prueba de ello mandaba un informe voluminoso de cierta novela romántica, en la que, a cada diez páginas, aparecía un capitán de Policía, y a veces, y esto es lo grave, en completo estado de embriaguez. Y por eso, para evitar toda clase de disgustos, llamaremos sencillamente un departamento al departamento de que hablemos aquí.

Pues bien: en cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular. Era bajo de estatura, algo picado de viruelas, un tanto pelirrojo y también algo corto de vista, con una pequeña calvicie en la frente, las mejillas llenas de arrugas y el rostro pálido, como el de las personas que padecen de almorranas... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tenía el clima petersburgués.

En cuanto al grado—ya que entre nosotros es la primera cosa que sale a colación—, nuestro hombre era lo que llaman un eterno consejero titular, de los que, como es sabido, se han mofado y chanceado diversos escritores que tienen la laudable costumbre de atacar a los que no pueden defenderse. El apellido del funcionario en cuestión era Bachmachkin, y ya por el mismo se ve claramente que deriva de la palabra zapato; pero cómo, cuándo y de qué forma, nadie lo sabe. El padre, el abuelo y hasta el cuñado de nuestro funcionario y todos los Bachmachkin llevaron siempre botas, a las que mandaban poner suelas solo tres veces al año. Nuestro hombre se llamaba Akakiy Akakievich. Quizá al lector le parezca este nombre un tanto raro y rebuscado, pero puedo asegurarle que no lo buscaron adrede, sino que las circunstancias mismas hicieron imposible darle otro, pues el hecho ocurrió como sigue:

Akakiy Akakievich nació, si mal no se recuerda, en la noche del veintidós al veintitrés de marzo. Su difunta madre, buena mujer y esposa también de otro funcionario, dispuso todo lo necesario, como era natural, para que el niño fuera bautizado. La madre guardaba aún cama, la cual estaba situada enfrente de la puerta, y a la derecha se hallaban el padrino, Iván Ivanovich Erochkin, hombre excelente, jefe de oficina en el Senado, y la madrina, Arina Semenovna Belobriuchkova, esposa de un oficial de la Policía y mujer de virtudes extraordinarias.

Dieron a elegir a la parturienta entre tres nombres: Mokkia, Sossia y el del mártir Josdasat. «No —dijo para sí la enferma—. ¡Vaya unos nombres! ¡ No! » Para complacerla, pasaron la hoja del almanaque, en la que se leían otros tres nombres, Trifiliy, Dula y Varajasiy.

—¡Pero todo esto parece un verdadero castigo! —exclamó la madre—. ¡Qué nombres! ¡Jamás he oído cosa semejante! Si por lo menos fuese Varadat o Varuj; pero ¡Trifiliy o Varajasiy!

Nikolai V. Gogol

miércoles, 22 de junio de 2016

Los caminos de Federico

Hace unas pocas semanas estuve con unos amigos viendo la obra “Los caminos de Federico”, que se representa los domingos a las 20:00 en el teatro El Umbral de Primavera, en Lavapiés.

Una única actriz, Flor Saraví, recita una recopilación de poemas, textos y extractos de conferencias de Federico García Lorca durante poco más de una hora.

El trabajo de Flor es soberbio y muy valiente, al enfrentarse ella sola a este reto. Derrocha sensibilidad y pasión por los cuatro costados y por momentos incluso ella misma se emociona.

Esta obra es totalmente recomendable; una manera de conocer un poco mejor la obra de este genial poeta. Cuando comienza con “Siempre que hablo ante mucha gente me parece que me he equivocado de puerta. Pero…unas manos amigas me han empujado y aquí estoy.”, uno no sabe si son pensamientos de la actriz o son palabras del mismo Federico. Todo, todo lo que Flor dice es del poeta.

La escenografía consiste en un escritorio, sobre el que está sentada esperándonos a nosotros, al público; con los pies metidos en uno de los cajones, cajones que sirven de tambor y que utiliza durante toda la obra. Por ejemplo, cuando canta “Anda jaleo, jaleo” o cuando recita  “A las cinco de la tarde”. Este escritorio también tiene otros elementos que lo hacen "mágico", por decirlo de alguna manera, y que se van descubriendo durante toda la representación. Además, es una réplica (con sus variaciones) del que tenía el poeta.

Flor se llevó una ovación. Tuvo que salir a saludar dos veces y nos esperó a la salida de la sala para saludarnos. Se tomó su tiempo para charlar un rato con nosotros y contarnos algunos detalles de diferentes aspectos de la obra y del trabajo detrás de la misma. Un brillante colofón para una obra que perdurará en mi memoria. 

Fuente: http://florsaravi.com/los-caminos-de-federico/

lunes, 20 de junio de 2016

¿A dónde vamos cuando nos dormimos y no despertamos?

Hace un tiempo una amiga me habló de un antiguo conocido quien, como cada noche, se fue a dormir. Hasta el día siguiente, en teoría. Pero ese día siguiente nunca llegó y cayó en un sueño eterno. Uno se queda especialmente desconcertado en estos casos, y mucho más si se trata de una persona joven y sana. Por eso yo en estos casos me hace ciertas preguntas. ¿Por qué nos preocupamos tanto a veces por ciertas cosas si luego, bien pensado, tampoco tiene razón de ser tanto devaneo de sesos? Los seres humanos nos agobiamos por naturaleza y una buena manera de minimizar estos agobios es preguntarnos si dentro de un año, por ejemplo, esto mismo tendrá importancia. Lo que pasa es que cuando hablamos de dentro de un año en realidad estamos hablando del futuro y esto es algo que no existe. Lo que nos importa es el presente. “Esto me pasa ahora y me preocupa ahora”, ¿para qué hablar de dentro de un año? Por ejemplo, cuando te deja tu novio o tu novia: “¡Yo le quiero, no puedo estar sin él!!” (todo esto acompañado de tirones de pelos o bebiendo una cerveza tras otra). Luego, cuando luego conocemos a otra persona, parece que todo vuelve a tener sentido.

Muchas veces los miedos nos paralizan y nos impiden hacer o ser muchas cosas. Creemos que no valemos o que no lo haremos bien, y esto sin haber empezado siquiera. Sin embargo, para llegar a hacer algo, tenemos que creer que podemos hacer aquello que nos propongamos. Hay veces que vale más no pensar demasiado porque, de hacerlo así, seguro que encontraremos las excusas suficientes para quedarnos donde estamos. Otras veces las ideas necesitan un poco más de maduración. Pero lo importante es que no llegue el día en que tengamos la sensación de que hemos perdido el tiempo y nos lamentemos. Cuando echemos la vista atrás sería muy triste que nos dijéramos a nosotros mismos: ¿por qué no hice todo lo que podía haber hecho? Y nos arrepentimos cuando ya es demasiado tarde, cuando ya no nos quedan fuerzas. Cuando nos vamos a la cama, no sabemos que podemos no despertarnos; contamos con levantarnos al día siguiente. Y ese día siguiente muchas veces transcurre de la misma manera durante semanas, meses, años. Nuestra vida es una continua rutina (del trabajo a casa, de casa al trabajo). Por eso, cuando se nos enciende el piloto rojo, tenemos que hacer caso a esa señal, escuchar nuestra voz interior que nos está queriendo decir algo. Y seguir ese camino, ese camino que nos puede hacer felices…siempre y cuando creamos que merecemos ser felices. Porque la vida pasa en un suspiro. Hay que atrapar las oportunidades que se nos presentan porque cada oportunidad es un tren que puede que no vuelva a pasar.

Como no sabemos (¿o sí?) a dónde vamos cuando nos dormimos, mejor tomar un poco de acción mientras estemos despiertos.

sábado, 18 de junio de 2016

Romanian lady (Mujer rumana) (F.A.Bridgman, 1882)

Durante la Segunda Guerra Mundial miles de obras de arte se quemaron o fueron robadas. Cuando finalizó la guerra, se consiguieron recuperar muchas de ellas, pero no siempre se supo sobre su procedencia o su nombre, de ahí que muchas de estas obras fueran catalogadas de manera errónea.

Este error en la catalogación fue lo que sucedió, por ejemplo, con el cuadro “Romanian lady”, de Frederick Arthur Bridgman. 

El cuadro de F.A. Bridgman fue presentado en la Exposición Internacional de París en 1882 con el título en francés de “Dame roumaine” y con ese mismo nombre fue registrado. En 1890, Joseph Temple, un rico comerciante, compró el cuadro, que posteriormente dejó en custodia al Museo de Arte de Pensilvania. El cuadro tuvo más propietarios a lo largo del siglo XX, y fue comprado finalmente por el Museo de Bellas Artes de Boston en 1977, ya con el título de “Armenian lady”.

Fue Grațiela Buzic quien se encargó, por propia iniciativa, de investigar sobre los orígenes del cuadro y, tras la aportación de argumentos y pruebas determinantes, consiguió que la dirección del Museo cambiara el nombre del cuadro a “Romanian lady” (“Mujer rumana”) en vez de “Armenian lady” (“Mujer armenia”), que era el nombre con el que aparecía en los registros oficiales. La confusión se debió posiblemente a la similitud en la pronunciación entre ambas palabras en rumano: “Românca”, (“Romanian lady”) y  “Armeanca” (“Armenian lady”).

En cuanto al traje de la mujer, no puede ser una mujer armenia puesto que los trajes regionales de Armenia son diferentes. Estos han recibido influencias de Asia Central, del Imperio Persa y de China. Las mujeres armenias se vestían con muchas capas mientras que las mujeres rumanas, con una blusa blanca con bordados y un delantal y cinturón por encima.  De todos modos, el traje de esta mujer está decorado con motivos de varias regiones de Rumania, posiblemente para embellecer el cuadro. Y también se cree que pertenece a una dama de la alta sociedad.

En definitiva, un cuadro digno de admiración de una mujer originaria de un país maravilloso: Rumanía. 

jueves, 16 de junio de 2016

Las mujeres

Anna se encuentra con su amiga Molly, un día del verano de 1957, después de una separación...

Las dos mujeres estaban solas en el piso londinense.

 —El caso es que —dijo Anna al volver su amiga de hablar por teléfono en el recibidor—, el caso es que por lo visto todo se está desmoronando.

Molly era una mujer adicta al teléfono. Cuando éste empezó a llamar acababa de preguntar: «Bueno, ¿qué me cuentas?». Y ahora volvía diciendo:

—Es Richard, que viene. Al parecer hoy es el único día libre que va a tener en todo el mes. Por lo menos eso es lo que dice.

—Pues yo no me voy —dijo Anna.

—No, tú te quedas donde estás.

Molly examinó su aspecto: llevaba pantalones y un jersey, ambas prendas bastante usadas.

—Tendrá que aceptarme como me encuentre —concluyó, y se sentó junto a la ventana—. No ha querido decir qué ocurre... Será otra crisis con Marion, supongo.

 —¿No te ha escrito?—preguntó Anna con cautela.

—Los dos, él y Marion, me han escrito cartas llenas de sencillez. Curioso, ¿verdad?

Este curioso, ¿verdad?, era como la contraseña que indicaba el tono confidencial de las conversaciones entre ellas dos. No obstante, después de haber dado la contraseña, Molly cambió el tono y añadió:

—Es inútil hablar ahora. Ha dicho que venía en seguida.

—Seguramente se marchará cuando vea que estoy yo —comentó Anna alegremente, aunque con cierto deje agresivo.

—Ah, y ¿por qué? —preguntó Molly, mirándola incisivamente.

Se había dado siempre por supuesto que Anna y Richard se desagradaban mutuamente; y, antes, Anna siempre se había marchado cuando Richard estaba por llegar. Aquel día Molly dijo:

—La verdad es que yo creo que le agradas bastante, en el fondo. Pero se ve obligado a estimarme a mí, por principio... ¡Es tan ridículo que las personas le gusten del todo o nada! Por eso, lo que no le agrada en mí te lo carga a ti.

Doris Lessing

miércoles, 15 de junio de 2016

No te detengas



No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...

Walt Whitman

martes, 14 de junio de 2016

La bruma nocturna

La bruma nocturna me sorprendió en el camino
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento, el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano, pero
de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.
 

Alexander Blok

lunes, 13 de junio de 2016

El proceso

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K , pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo3 . La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación. Era delgado, aunque fuerte de constitución, llevaba un traje negro ajustado, que, como cierta indumentaria de viaje, disponía de varios pliegues, bolsillos, hebillas, botones, y de un cinturón; todo parecía muy práctico, aunque no se supiese muy bien para qué podía servir.

––¿Quién es usted? ––preguntó Josef K, y se sentó de inmediato en la cama.

El hombre, sin embargo, ignoró la pregunta, como si se tuviera que aceptar tácitamente su presencia, y se limitó a decir:

––¿Ha llamado?

––Anna me tiene que traer el desayuno ––dijo K, e intentó averiguar en silencio, concentrándose y reflexionando, quién podría ser realmente aquel hombre. Pero éste no se expuso por mucho tiempo a sus miradas, sino que se dirigió a la puerta, la abrió un poco y le dijo a alguien que presumiblemente se hallaba detrás:

 ––Quiere que Anna le traiga el desayuno.

Se escuchó una risa en la habitación contigua, aunque por el tono no se podía decir si la risa provenía de una o de varias personas. Aunque el desconocido no podía haberse enterado de nada que no supiera con anterioridad, le dijo a K con una entonación oficial:

––Es imposible.

––¡Es lo que faltaba! ––dijo K, que saltó de la cama y se puso los pantalones con rapidez–– . Quiero saber qué personas hay en la habitación contigua y cómo la señora Grubach me explica este atropello.

Franz Kafka

viernes, 10 de junio de 2016

jueves, 9 de junio de 2016

Viajero

Qué clima es éste de arenas movedizas y fuera de su edad
Qué país de clamores y sombreros húmedos
En vigilancia de horizontes
Qué gran silencio por la tierra sin objeto
Preferida sólo de algunas palabras
Que ni siquiera cumplen su destino
No es cambiar la tristeza por una ventana o una flor razonable
Ni es un mar en vez de un recuerdo
Es una aspiración adentro de su noche
Es la vida con todas sus semillas
Explicándose sola y decorada como montaña que se despide
Es la lucha de las horas y las calles
Es el aliento de los árboles invadiendo las estrellas

Son los ríos derrochados
Es el hecho de ser amado y sangrar entre las alas
De tener carne y ojos hacia toda armonía
Y bogar de fondo a fondo entre fantasmas reducidos
Y volar como muertos en torno al campanario
Andar por el tiempo huérfano de sus soles
De sueño a realidad y realidad a visión enredada de noche
Y siempre en nombre en diálogo secreto
En salto de barreras siempre en hombre

Vicente Huidobro

miércoles, 8 de junio de 2016

El tren

La mujer se llamaba Miss Dent, y aquella tarde había encañonado a un hombre con una pistola. Le había obligado a arrodillarse en el polvo suplicando que le perdonara la vida. Mientras los ojos del hombre se llenaban de lágrimas y sus dedos estrujaban hojas caídas, ella le apuntaba con el revólver y le cantaba cuatro verdades. Trataba de hacerle comprender que no podía seguir pisoteando los sentimientos de la gente.

—¡Ni un movimiento! —dijo.

Pero el hombre simplemente escarbaba el polvo con los dedos y movía un poco las piernas, muerto de miedo. Cuando ella terminó de hablar, cuando dijo todo lo que pensaba de él, le puso el pie en la nuca y le aplastó la cara contra el polvo. Luego guardó el revólver en el bolso y volvió a pie a la estación.

Se sentó en un banco en la desierta sala de espera con el bolso en el regazo. La taquilla estaba cerrada; no había nadie. Incluso el aparcamiento estaba vacío, delante de la estación. Fijó la vista en el enorme reloj de la pared. Quería dejar de pensar en el hombre y en su comportamiento con ella después de conseguir lo que quería. Pero estaba segura de que durante mucho tiempo recordaría el sonido que el hombre emitió por la nariz al arrodillarse. Inspiró profundamente, cerró los ojos y esperó oír el ruido del tren.

La puerta de la sala de espera se abrió. Miss Dent miró en aquella dirección y vio entrar a dos personas. Una de ellas era un anciano de pelo blanco y corbata blanca de seda; la otra era una mujer de mediana edad que llevaba los ojos sombreados, los labios pintados, y un vestido de punto de color rosa. La tarde había refrescado, pero ninguno de los dos llevaba abrigo y el anciano iba sin zapatos. Se detuvieron en el umbral, aparentemente sorprendidos de encontrar a alguien en la sala de espera. Trataron de comportarse como si su presencia no les molestase. La mujer le dijo algo al anciano, pero miss Dent no percibió sus palabras. La pareja entró en la sala.
A miss Dent le pareció que tenían cierto aire de inquietud, de haber salido de algún sitio a toda prisa y de ser incapaces todavía de hablar de ello. También podría ser, pensó miss Dent, que hubiesen bebido demasiado. La mujer y el anciano de pelo blanco miraron al reloj, como si pudiera decirles algo sobre su situación y lo que debían hacer a continuación.

Raymond Carver

martes, 7 de junio de 2016

El curioso incidente del perro a medianoche

Pasaban 7 minutos de la medianoche. El perro estaba tumbado en la hierba, en medio del jardín de la casa de la señora Shears. Tenía los ojos cerrados. Parecía estar corriendo echado, como corren los perros cuando, en sueños, creen que persiguen un gato. Pero el perro no estaba corriendo o dormido. El perro estaba muerto. De su cuerpo sobresalía un horcón. Las púas del horcón debían de haber atravesado al perro y haberse clavado en el suelo, porque no se había caído. Decidí que probablemente habían matado al perro con la horca porque no veía otras heridas en el perro, y no creo que a nadie se le ocurra clavarle una horca a un perro después de que haya muerto por alguna otra causa, como por ejemplo de cáncer o un accidente de tráfico. Pero no podía estar seguro de que fuera así.

Abrí la verja de la señora Shears, entré y la cerré detrás de mí. Crucé el jardín y me arrodillé junto al perro. Le toqué el hocico con una mano. Aún estaba caliente.

El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon.

lunes, 6 de junio de 2016

Ecuador

COLOCAS UN HUESO, puede que un fémur de gigante, encima del mantel, hijo mío: a la hora de comer, a la hora de cenar, a la hora triste y minuciosa del desayuno; colocas ese hueso con un gesto casual que podría confundirse con la clemencia (tres hueso al cabo del día, no sé si distintos); y luego te quedas ahí, arrimado al fogón, mirando en el mantel el fémur del gigante, hijo: como ayunando con el hambre del otro; igual que si trataras de llorar con ese llanto duro y amarillo, hueco por dentro, que lo mismo tu madre que yo no habríamos sabido enseñarte nunca.

Las buenas intenciones y otros cuentos, de Ángel Zapata. 

sábado, 4 de junio de 2016

Sueños

Anoche soñé que visitaba a una hermana a la que no había visto durante varios años. Recorría su casa y advertía los cambios que el tiempo había traído: el nuevo suelo de la cocina, la sala pintada en un color distinto... Sería un sueño de lo más vulgar, torpemente doméstico, si no fuera por un par de detalles: uno, carezco de hermanas; dos, aquella mujer a quien anoche visité la conocía de antes. La recordaba de otros sueños, de otras madrugadas. Era mi hermana en el mundo dormido.

Cada día me parece advertir más claramente que hay un nexo que une las fantasías nocturnas, un hilván de memoria y de causalidad enhebrado entre los distintos sueños que nos van ocupando. Como si por las noches fuéramos otros y viviéramos, sin saberlo, una doble existencia. Y así, cuando el mundo se apaga quizá tengas otra profesión, otra edad, otra cara; quizá gastes un ojo de cristal o seas karateka. Puede que al otro lado de tus noches haya un gran amor, o una inmensa derrota. Y esa otra realidad también tiene su tiempo, se va desarrollando año tras año. Por eso anoche reconocí a mi hermana; y por eso cuando vi a su viejo gato ronroneando sobre el nuevo suelo de la cocina, recordé que el animal me había arañado años atrás, y que aún conservaba huellas de la herida. Miré en sueños mi mano y ahí estaba la cicatriz, un pequeño garabato sobre un dedo. La existencia nocturna también nos va marcando.

Quizá sea cierto, en fin, ese vértigo que todos intuimos en algún momento: que vivimos dos vidas paralelas, que al dormir nos adentramos en otro mundo y que nuestros días, lo que llamamos la realidad, no son sino el sueño de esa vida dormida. Yo, por si acaso, atisbo mis manos en todos los espejos que me cruzo, buscando, hasta ahora sin éxito, una leve cicatriz en la mano izquierda.

(16-11-91)

La vida desnuda, de Rosa Montero.

viernes, 3 de junio de 2016

La mujer loca

Pobrema, por ejemplo, jamás había sido escrita ni pronunciada, no estaba en ningún libro ni en ningún periódico, no formaba parte de ninguna canción, de ningún verso, ni de manual alguno de instrucciones. Nadie la añadiría a la lista de la compra. Pobrema estaba excluida del mundo de las palabras, que no toleraban su presencia. Si se acercaba a un libro le cerraban el paso antes de que cruzara la cubierta; si a un diálogo, era rechazada por los que participaban en él; si a un taller de etiquetas o rótulos, terminaba en el cubo de la basura, junto a los desperdicios de la jornada. Inhábil para pertenecer a nada o a nadie, se ocultaba durante el día y por la noche salía a respirar, pegándose, como los insectos nocturnos, a las ventanas en las que había luz. Si descubría a alguien escribiendo o hablando al otro lado, intentaba llamar discretamente su atención con la esperanza de que solicitara sus servicios. Lejos de eso, la gente corría las cortinas o bajaba las persianas como quien vuelve la vista frente a un espectáculo desagradable.

Todo esto se lo contó la palabra Pobrema a Julia una noche que se coló en su habitación y revoloteó como un insecto alrededor de la lámpara antes de posarse con mil cautelas en el borde de la mesa. La chica dice que levantó los ojos del libro de gramática que tenía delante y preguntó a Pobrema qué hacía allí.

—Yo, nada —dijo Pobrema—. ¿Y tú?

—Yo estudio Lengua —confesó la chica.

—Entonces sabrás decirme por qué,siendo una palabra, no me aceptan en ninguna frase.

Julia dice que tomó un diccionario que había sobre la mesa, junto al libro de texto, y lo abrió para buscarla, pero no dio con ella.

—No estás aquí —dijo.

—¿Cómo voy a estar ahí si estoy aquí? —respondió Pobrema.

—Las palabras pueden estar en muchos sitios a la vez, pero si no estás aquí, no estás en ninguno porque no existes.

 —¿Cómo puedes hablar conmigo si no existo?

—No lo sé, también hablo con personas imaginarias. Las personas imaginarias, sin existir, tienen una capacidad especial para comunicarse con lasreales. Pero para ser una palabra has de significar algo como para ser médico necesitas un título.

—¿Y qué es el significado?

 Julia hizo ademán de responder, pero al no dar con las palabras adecuadas, prefirió consultar de nuevo el diccionario.

Juan José Millás

jueves, 2 de junio de 2016

No estoy pensando en nada

No estoy pensando en nada,
Y esta cosa central, que no es ninguna cosa,
Me resulta agradable como el aire de la noche,
Fresco en contraste con el cálido verano de este día.
No estar pensando en nada, ¡es tan bueno!
Pensar en nada
Es tener el alma en propiedad y entera.
Pensar en nada
Es vivir íntimamente el flujo y el reflujo de la vida.
No estoy pensando en nada...
Es como si acostado en mala posición
Me doliera la espalda, o un lado de la espalda.
Siento amargor de boca en el alma:
Es que, al fin y al cabo,
No estoy pensando en nada,
Realmente en nada,
En nada...

Fernando  Pessoa

miércoles, 1 de junio de 2016

La tierra natal

No la llevamos en oscuros amuletos,
Ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
No perturba nuestro amargo sueño,
Ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
En objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
Ni siquiera la recordamos.

Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
Esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.

Ana Ajmátova